sábado, 6 de junio de 2020










Estación de Albaida, Valencia.

Curiosamente las estaciones que más cerca tengo, las de mi provincia, son las que menos fotografiadas tenía. Las tengo tan cerca, y tan a mano (o las tenía, porque durante dos meses han estado tan lejos como si estuvieran en el sur de África), que las dejaba para luego, siempre para luego. Pasaba cerca con el coche, pero no paraba. Me iba a otros lados, siempre más lejos, y estas estaciones las tenía en la lista de espera, para algún día cuando tuviera un poco de tiempo (para una escapada de unas horas), pero no más tiempo, porque entonces, si tenía más de un día, prefería irme a otras partes del país, lugares que aún no conocía, o que conocía mucho menos.

Pero este largo encierro me ha hecho redescubrir cosas que tenía muy cerca. Ahora podemos salir de la ciudad, pero no podemos irnos muy lejos (si no es por motivo justificado... ¿ir a hacer una foto a una estación abandonada es motivo justificado?), así que aprovecho para ir tachando la lista de las estaciones valencianas que tenía eternamente pendientes. 

Pero además esta estación es una estación que conozco muy bien. He pasado en tren de camino a Alcoy unas cuantas veces. Pero sobre todo he subido y he bajado de un tren aquí mismo, en este mismo andén. 

Lo he contado en "España en Regional", pero lo voy a volver a contar muy brevemente. El colegio donde estudiaba, que era un colegio de curas, tenía un albergue en la sierra de Albaida. Una vez al mes más o menos cogíamos un tren en Valencia un viernes por la tarde y nos íbamos de acampada. Normalmente llegábamos a esta estación por la noche, y con las mochilas a la espalda y las linternas en la mano subíamos cual fila de luciérnagas por las sendas de montaña hasta el albergue. Volvíamos el domingo por la tarde, y nos tumbábamos en el andén a esperar el tren. El tren tardaba más o menos en llegar, pero luego lo tomábamos por asalto y no sé cómo, porque a veces éramos un buen montón de chavales y chavalas pero siempre cabíamos todos dentro (Un dato muy curioso: entonces el colegio aún era para chicos solo, pero al "grupo de aire libre" dejaban apuntarse a las chicas, que casi todas, dicho sea de paso, eran vecinas nuestras, o hermanas nuestras, o primas nuestras, aunque de vez en cuanto alguna completa desconocida se atrevía a venir... y eso era importante para nosotros, claro, chicos acostumbrados a relacionarse solo con chicos.) También era importante para nosotros, niños y adolescentes de ciudad, salir al monte, salir al campo, ir de acampada y convertirnos en pequeños aventureros y en pequeños exploradores. Esto es muy normal que lo diga, pero aquellas acampadas y aquellos viajes en tren (que por supuesto eran parte fundamental de la aventura), fueron de las mejores cosas de ese largo y confuso periodo que iba de la EGB al instituto (al que yo llegué en COU, es decir, sólo en el último año, pues lo anterior fue continuar en el mismo colegio privado concertado religioso y masculino, con todo lo que implica). Por eso he buscado esta foto de la estación, que sabía que tenía por algún lado, y en la que se nos ve a algunos de nosotros, y aunque no sea la mejor foto del mundo creo que hay que ponerla aquí.

Pero mi historia de la estación no acaba aquí. Muchos años después, cuando yo ya había salido de la universidad, comiendo con una amiga mía en un bar de un pueblo cercano conocimos a un artista italiano. En realidad no sabíamos quién era, pero habíamos coincidido con él en una charla sobre la rehabilitación de una iglesia que habíamos tenido esa misma mañana. Nos reconocimos y nos saludamos, y luego nos pusimos a hablar. Al principio cada uno en su mesa, pero al final todos juntos. Y luego, el hombre nos invitó a ver su taller... ¿Y dónde resultó que estaba su taller? Pues en la misma estación de Albadia... En la planta superior.

Mientras nos enseñaba sus grabados y cuadros, nos contó que tenía una especie de alquiler por que cuál él vivía y trabajaba en la estación y al mismo tiempo la cuidaba y vigilaba. Me encantó volver a la estación, y subir a la antigua vivienda del jefe de estación y ver que se había convertido en un taller de un artista italiano, que tenía una historia maravillosa (y nos la iba contando mientras nos enseñaba sus obras) y qué nos dijo que teníamos que seguir en contacto. Pero por desgracia, como tantas otras veces, no seguimos en contacto. La vida te empuja o tú te dejas empujar. No volví a saber de él nunca. Y luego, muchos años después, pasando con el tren, vi que la estación estaba completamente abandonada. Y me pregunté qué habría sido de ese hombre tan simpático y tan interesante. Así es la vida, ¿no?

En tren aún pasa por aquí. Pero ahora hay una estación nueva. Un poco más cerca del pueblo.


























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